Como muchas personas originarias de su estado, Veracruz, don Evaristo Reyna tuvo la visión de expandir sus horizontes y encontrar mejores oportunidades laborales en centro y norte del país.
Después de 20 años de haber arribado a estas tierras, se siente orgulloso de ser un transmisor de las tradiciones de la Huasteca Veracruzana a través de la gastronomía.
Los tamales huastecos se diferencian de otros que también son tradición en los estados del sur del país y don Evaristo y su familia ha compartido esta riqueza a través de la venta del delicioso producto.
Con esta actividad también sacó a sus dos hijas e hijo adelante, les dio carrera universitaria. "Siempre he querido compartir las costumbres de mi pueblo, por eso se me ocurrió salir a vender tamales huastecos, primero casa por casa, luego llegamos aquí a la Alameda de Arteaga."
Cada domingo los paseantes tienen la oportunidad de llegar al puesto de don Evaristo y degustar los tamales envueltos en hoja de plátano y el zacahuil, que es masa con chile y manteca, mezcla que se mete al horno cuatro horas.
Desde niño se preguntaba constantemente ¿Qué hago aquí?, y se propuso: "Tengo que irme para estudiar".
‘ACÁ ES DIFERENTE’
Los terrenos áridos de por acá contrastan con los verdes paisajes de por allá, también la gente suele ser distinta, es también más seca por acá y más pintoresca por allá.
Recuerda cómo fue que salió de su pueblo, Platón Sánchez "alejadísimo" y cómo su padre no quería que se fuera para que le siguiera ayudando en la cosecha de tabaco.
"Yo iba a salir de la secundaria y quería que me fuera con él al trabajo del campo, pero mi mentalidad era salirme del pueblo."
Califica la pobreza de su familia, si no extrema, sí difícil. "Me la pasé con un pantalón toda la secundaria."
En 1990 llegó a Saltillo donde no le ha sido nada fácil salir adelante; en principio porque hay que adaptarse a la idiosincrasia de la gente, que suele ser diferente a la del sur, sobre todo porque el valor a la palabra es diferente.
TODO POR SUS METAS
Para llegar aquí tuvo que vender su casa, dinero con el que adquirió un camión del transporte urbano, que usó hasta que se le desbarató.
Luego de dos años de andar de chofer, sintió que era hora de reactivar el activismo político en el PRD, organismo en el que ocupó el cargo de presidente del Comité Municipal en 1996.
En la remembranza que hace de su vida, reconoce que siempre andaba en busca de libros y revistas para leer, así fue como hizo un trueque con el patrón de su hermano para que cada mes le hiciera llegar la revista "Siempre".
Reconoce que dicha publicación le abrió la visión y entonces supo que debía alcanzar su meta de llegar a la gran capital para continuar sus estudios a nivel preparatoria.
Vendió una marrana para pagar el camión que lo trasladaría al Distrito Federal. Después por fin logró ingresar a la Vocacional Número 4, aunque su familia no pudo enviarle dinero y desertó para ponerse a trabajar.
ACTIVISTA DEL 68
Con ayuda de un tío pudo retomar sus estudios en la Vocacional No. 6 y en ese entonces se le atravesó el movimiento del 68, en el cual se involucró.
"Me tocó la matanza del 2 de octubre, me tocó ver compañeros muertos por las balas, aplastados por los tanques militares, eso me dejó un trauma."
Don Evaristo hace una pausa para tragar saliva y evitar se le escurran las lágrimas, porque asegura ese sentimiento de impotencia no se lo ha podido desprender.
Y dice sin tapujos que es idealista y que la lucha debe continuar, por eso se cataloga rebelde de la Huasteca y siempre buscó sus ideales, primero en el Partido Comunista de México y luego en el Partido de la Revolución Democrática.
DE REGRESO A VERACRUZ
No pudo evitar compartir la anécdota de su fugaz encuentro con el presidente Fidel Castro en Cuba, a quien tuvo la suerte de saludar en Veracruz.
Trabajó 20 años en el Politécnico Nacional de la Ciudad de México y supo que era momento de dejar la gran ciudad y regresar a Veracruz para llevar una vida más tranquila, con su esposa y sus hijas.
Pidió su cambio a una secundaria tecnológica de Tuxpan. "Muchos amigos me decían que no me regresara a Veracruz, tan solo porque tenía el tercer lugar en analfabetismo".
Al poco tiempo se dio cuenta de que no había nada de empleos. "Me encontraba a enfermeras y maestras que me decían: "oiga ya encontré trabajo en la cantina, en un bar", entonces me volvía a preguntar qué hacía en ese lugar y aprendí que los pueblitos y los puertos son para visitarse".
Fuente: El Diario de Coahuila.
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